¡La IE facilita tu vida! Y ni siquiera hace falta un data center
En el pequeño laboratorio que es mi despacho – muy colorido para ser un laboratorio, de acuerdo, pero para explorar nuestra vida emocional los colores vienen de maravilla – me doy cuenta de hasta qué punto todos somos relativamente analfabetos cuando se trata de nuestras emociones…
Casi siempre que le pregunto a una persona que viene a consultarme:
¿Para qué sirven las emociones?
Son muy pocos los que tienen una respuesta clara…
¿Cuáles son las emociones básicas, las que comparte toda la humanidad?
Silencio. Vacilaciones.
«¿La alegría? ¿El estrés? ¿La frustración?»
Estamos más cerca del niño de 4 años que recita el alfabeto que del adulto con un máster.
De pequeños, nadie tenía las competencias para ayudarnos a entender lo que nos pasaba y qué hacer con ello.
Así que nos convertimos en adultos que saben leer, contar y mucho más, autónomos para gestionar las tareas del día a día. Y a menudo tan desamparados como los niños cuando se trata de tener conciencia de uno mismo, del otro y de ser responsables emocionalmente.
Y si además somos padres, ahí ya puede volverse realmente absurdo… Les pedimos que sean tranquilos, pacientes, respetuosos… sin ser del todo capaces de explicarles cómo hacerlo…
¿Quién no ha escuchado a su madre o padre gritarle: «¡Pero cálmate ya!»?
No se puede decir que eso imponga mucho respeto…
Digo NOSOTROS porque yo fui esa persona, atrapada en una montaña rusa de entusiasmo y tristeza. Conozco esa sensación de pérdida de sentido, el malestar de tenerlo todo para ser feliz y no serlo en absoluto. Esa vida cómoda que no tiene sabor…
Esa impresión cargada de culpa de estar tan lejos de la supervivencia como de la felicidad.
A los 25 años yo creía que era la única y que tenía un problema: demasiado sensible, no lo bastante fuerte, demasiado exigente…
Después comprendí que hay muchísimas, muchísimas personas que viven las mismas crisis, los mismos estados de ánimo, las mismas angustias.
Por suerte, la comodidad me permitió darme el lujo de elegir, de hacer otras elecciones.
De no quedarme ahí, de intentar otra cosa, de pagarme ayuda, de marcharme.
Por suerte mis emociones no se callaron, gritaron sin cesar hasta que aprendí a escucharlas y a entender por qué el confort exterior no me daba ninguno por dentro.
No todo el mundo tiene esa suerte, y no todo el mundo la aprovecha tampoco.
Eso fue hace más de 15 años, he trepado muchas montañas emocionales, una tras otra, hasta ver cómo la felicidad se iba instalando poco a poco y profundamente.
Hasta ser capaz de acompañar a otros, de convertirme en guía de montañas emocionales o de excursión para quienes se sienten perdidos en su camino, en sus relaciones de pareja, de familia, de trabajo…
Se convirtió en mi profesión, en mi talento, en mi especialidad: la inteligencia emocional, o IE para los íntimos.
Y que quede claro: ¡no solo adoro mi trabajo sino que además tengo el mejor oficio del mundo! ¡Con toda la subjetividad, por supuesto!
Encontré tanto sentido que ya no sé qué hacer con él.
La IE es, evidentemente y ante todo, aprender a navegar con más serenidad por los vaivenes del día a día y de nuestras vidas.
Es también comprender que saber cómo nos sentimos y qué necesitamos es la base de la vida en sociedad.
La democracia necesita ciudadanos educados, capaces de comprender – al menos un poco – la sociedad para que funcione. Y la vida en sociedad necesita adultos responsables emocionalmente, es decir, capaces de algo más que reaccionar.
Capaces de autorregularse, de ser conscientes de lo que ocurre en su interior para posicionarse frente a una situación o una persona.
Las redes sociales son el reino de las reacciones. Absorber información aleatoria y ser invitados a reaccionar…
«Es fantástico», «es estúpido», «ella es tan genial», «él es tan feo», «está demasiado gorda», etc.
¡Un poco de higiene emocional, por favor!
A menudo constatamos con tristeza que vivimos más bien uno al lado del otro que realmente juntos, porque no aprendimos a hacerlo de otra manera.
Necesitamos con urgencia educarnos en el plano emocional y poder educar a nuestros futuros adultos. Poder guiarnos unos a otros cuando la niebla de las emociones se levanta.
Si tienes los medios, regálate el aprendizaje: invierte en sesiones con un buen psicólogo o psicóloga formado en el tema (¡no todos lo están, infórmate!), en formaciones grupales (la calidad puede variar, ¡infórmate!).
Para ti mismo, porque si hay una persona en el mundo con la que vas a pasar todos los días de tu vida, 24 horas al día hasta el final de tus días, ¡eres tú!
¿No será mejor aprender a quererte y llevarte bien contigo cuanto antes? Además, es bueno para la salud.
Entonces, ¿cuáles son las emociones básicas?
¿Y en tu vida?
¿Cómo te sientes en este momento?
¿Qué necesitas?