Higiene emocional: el arte olvidado de cuidar lo que sentimos

“Tenemos miedo. Estamos enfadados. Estamos tristes. Eso es un hecho. La pregunta es: ¿qué vamos a hacer al respecto?”
— Gabrielle Roth

Siempre me sorprende ver a personas que llegan a su primera cita y se disculpan por llorar.
Suelo responderles que disculparse por dejar salir emociones en la consulta de un terapeuta es un poco como pedir perdón al peluquero por haber dejado pelos en el suelo.

A menudo juzgamos nuestras emociones.
Pero, más seriamente, ¿te has dado cuenta de cómo tendemos a clasificarlas en dos grupos: positivas y negativas? Buscamos desesperadamente sentir las positivas a cada instante y, sobre todo, huimos a toda costa –y subrayo a toda costa– de las negativas.
Rechazamos estar tristes, enfadados o sentir miedo. Tanto, que esas emociones “negativas” acaban demasiado a menudo dirigiendo nuestra vida: caemos en la depresión, todo nos irrita, y las relaciones –incluida la que tenemos con nosotros mismos– se convierten en un campo de batalla; o bien los ataques de pánico y otras crisis de ansiedad marcan el ritmo de nuestras semanas.

Sin embargo, como bien dice Gabrielle Roth, la extraordinaria creadora de la danza de los 5 ritmos (una herramienta fantástica de higiene emocional, entre otras cosas), esas emociones forman parte no solo de nuestra vida, ¡sino de nosotros mismos!

Sabiendo que el lenguaje condiciona nuestros pensamientos, quizá sería más acertado nombrarlas de otra manera. Hay emociones agradables de sentir y otras que no lo son tanto. Pero todas son igual de valiosas, porque todas nos dan pistas sobre cómo encontrar equilibrio, sentirnos alineados, en una palabra: felices.

El problema es que la higiene emocional –es decir, nuestra capacidad de acompañar y cuidar nuestro sistema emocional como acompañamos a nuestro sistema inmunitario– no es un don innato (todos lo hemos comprobado en carne propia), ¡y sin embargo no se enseña en ninguna parte!
Nos enseñaron a mantenernos limpios, a cuidar de nuestras pequeñas heridas y a acudir al médico cuando sobrepasamos nuestros límites. Pero en lo que respecta a la pregunta: “¿Qué hacer cuando el miedo, la rabia o la tristeza nos desbordan?”, la respuesta es… nada de nada. Ni en la escuela ni en casa.

Así que, desorientados, huimos como podemos. Intentamos anestesiar el síntoma.
Y una vez dicho esto… ¿qué hacemos?

Pues bien, nos decimos que vamos a aprender a limpiarnos el corazón y la mente. Porque las emociones no se dejan reprimir sin más, no, no. Puede que dejemos de sentirlas, pero… ¡qué de vueltas les damos en nuestra cabeza!
“Y tendría que haber hecho…, y no tendría que haber hecho…, y es normal reaccionar así…, y no es normal ser tan tonto…, y es mi culpa pero también es del otro…, ¿por qué me dijo esto/eso? etc., etc., etc.”
Es como si pasáramos horas preguntándonos cómo hemos llegado a tener mocos en lugar de empezar por sonarnos la nariz y, si hace falta, curar el resfriado.

¿Cómo se aprende la higiene emocional?
Si puedes permitírtelo, regálate algunas sesiones con un buen terapeuta. Y ten en cuenta también que hay toneladas de recursos de todo tipo disponibles en las redes. Para algunos la puerta de entrada será la danza, para otros la meditación, la lectura (psicología, filosofía, novela…), un taller de teatro, de clown, de constelaciones familiares, ¡qué sé yo!
Y por qué no, un encuentro con alguien que ya tenga una buena higiene emocional –te prometo que existen–. Y si no lo encuentras… ¡conviértete tú en esa persona!

Ese fue mi caso hace 15 años, y hoy me alegra cada día poder acompañar a quienes buscan ser una versión más plena de sí mismos.

Comment